Escribe: Alberto Bejarano Ávila.-

Muchas experiencias en el mundo revelan la importancia de las cooperativas en la historia de la sociedad moderna. En Europa, Norteamérica, Asia y algunas ínsulas de América Latina hay ejemplos de protagonismo cooperativo en su progreso: Cajas Desjardins, Canadá; Crédit Unión, Estados Unidos; Movimiento Reiffeisen, Alemania y Países Bajos; cooperativismo de Finlandia, (la “isla cooperativa”); Cajas rurales y cooperativismo agroindustrial e industrial, España; cooperativas suecas de vivienda, carburantes, turismo, bienes de consumo; Cajas agrícolas, Francia; cooperativas lecheras y financieras, Colombia; Ésta es muestra veraz de un cooperativismo que construye realidades socioeconómicas prosperas y justas.
A lo largo de la historia cooperativa tolimense y como valiosas ideas fuerza, sus pensadores aducen, a veces con lirismo mesiánico, el abecé doctrinal del modelo: los siete principios; la solidaridad como inherente virtud; su doble finalidad, económica y social; su diferencia con la empresa lucrativa; ser opción frente al capitalismo (“economía con rostro humano”); ser el tercer sector de la economía (triangula con público y privado); ser símbolo de democracia económica; la riqueza colectiva como complemento de la riqueza pública y privada.
Bien constituido, orientado, estructurado y apoyado, el sistema cooperativo en sus diversas formas podría ser un modelo decisivo para enfrentar, con la suma de voluntades personales y pequeños aportes individuales, los grandes hechos económicos que en todos los sectores requiere el Tolima para alcanzar su desarrollo. La simbiosis de identidad regional e identidad cooperativa revolucionaría el espíritu emprendedor tolimense. Veamos posibilidades:
Crear una eficaz y pertinente arquitectura financiero-crediticia regional; estructurar formas empresariales para prestar servicios; unir conocimientos, capitales y equipos para construir obras de infraestructura; constituir una plataforma de desarrollo agroindustrial e industrial; acercar intereses comunes para construir vivienda popular; gestionar turismo, recreación y deporte bajo el modelo asociativo-empresarial; fundar cooperativas auténticas de trabajo asociado (CTA) para empresarizar a profesionales y maestros en artes y oficios; establecer cooperativas de municipalidades para lograr sinergias, ahorros y racionalidad en la inversión pública. Sólo el cooperativismo puede hacer del Tolima una verdadera región de dueños.
Hasta aquí lo expresado es retórica utópica e incauta, pues ni la identidad regional y menos la cooperativa hoy son faro guía de la visión estratégica del desarrollo tolimense y por ello, luego de tanta porfía en la cuestión de la identidad regional como base moral del desarrollo, creo es hora de ver con esperanza al cooperativismo tolimense, modelo hoy relativamente eclipsado por su tímido protagonismo en la vida regional. Con el debido respeto a los líderes cooperativos del Tolima, exhorto a enfrentar el postcovid-19 con una visión misional nueva, coherente y consecuente a partir de una autocrítica sobre identidad, pertinencia estratégica e integración en la acción para que el cooperativismo, como modelo socioeconómico capaz de trasformar las duras realidades del Tolima, pueda ganar autoridad moral y operacional frente a los prospectivistas, los gobiernos y la opinión pública.
Continúa…