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Dos poemas de Semana Santa

Gabriela Mistral, la poetisa chilena fue Premio Nobel de Literatura en año 1945. Para estar con ella y su poesía en la Semana Santa, consignamos a continuación dos de sus más hermosos poemas:

El Imaginero

¿De qué quiere Usted la imagen? preguntó el imaginero:
Tenemos santos de pino, hay imágenes de yeso,
mire este Cristo yacente, madera de puro cedro,
Depende de quién la encarga, una familia o un templo,
O si el único objetivo es ponerla en un museo.

Déjeme, pues, que le explique, lo que de verdad deseo.
Yo necesito una imagen de Jesús el Galileo,
que refleje su fracaso Intentando un mundo nuevo,
que conmueva las conciencias y cambie los pensamientos,
Yo no la quiero encerrada en iglesias y conventos.
Ni en casa de una familia para presidir sus rezos,
No es para llevarla en andas cargada por costaleros,

Yo quiero una imagen viva de un Jesús Hombre sufriendo,
Que ilumine a quien la mire el corazón y el cerebro.
Que den ganas de bajarlo de su cruz y del tormento,
Y quien contemple esa imagen no quede mirando un muerto,
Ni que con ojos de artista sólo contemple un objeto,
Ante el que exclame admirado ¡Qué torturado más bello!.

Perdóneme si le digo, responde el imaginero,
Que aquí no hallará seguro la imagen del Nazareno.
Vaya a buscarla en las calles entre las gentes sin techo,
En hospicios y hospitales donde haya gente muriendo
En los centros de acogida en que abandonan a viejos,
En el pueblo marginado, entre los niños hambrientos,
En mujeres maltratadas, en personas sin empleo
Pero la imagen de Cristo no la busque en los museos,
No la busque en las estatuas, En los altares y templos.
Ni siga en las procesiones los pasos del Nazareno,
No la busque de madera, de bronce de piedra o yeso,
mejor busque entre los pobres su imagen de carne y hueso!

* * * * * * *

Oración al Cristo del Calvario

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Enviados por Jorge Ancizar Cabrera

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