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El manual del psicópata colombiano

Escribe: Andrés Villota Gómez *.-

Pablo Escobar, Gustavo Petro y Juan Manuel Santos, los tres psicópatas más peligrosos de la historia de Colombia que superaron con creces al monstruo Garavito con sus crímenes y fechorías.

Como no lograron convencer a nadie para que dejara de trabajar, recurrieron a bloquear las vías públicas y las carreteras para evitar que los trabajadores pudieran llegar a sus lugares de trabajo y evitar el paso de los alimentos y de las materias primas para la industria.

En Colombia se volvió común la masificación de las desgracias personales y mostrar que los intereses de los hampones son los mismos que los de todos los colombianos.

En medio del desespero que produce saber que se irán para nunca más volver, varios psicópatas iguales a Pablo Escobar Gaviria, de manera cobarde han instrumentalizado a los jóvenes en un intento por salvarse y evitar su inexorable final, tratando de involucrar a los más vulnerables para hacerlos partícipes de su propia desgracia.

Pablo Escobar sembrando el terror entre la sociedad y la institucionalidad colombiana trató de alinearla con sus intereses, pretensiones personales y familiares o de lo contrario, las haría sufrir todas las consecuencias de su fracaso (el de Escobar).

“Yo creo que debemos como de asegurarnos un poquito, como de organizarnos un poquito y empezar a mandar muchachos a que quemen casas y a que hagan daños. Esos políticos, esos senadores, en todas partes hermano. Al militar que nos atropelle, al policía que nos atropelle, a los jueces que nos molesten, a los periodistas. O sea que tenemos que crear un caos muy verraco, muy verraco, para que nos llamen a paz. Cuando haya una guerra civil bien verraca, nos llaman a paz. Esa es la única fórmula que yo le veo a eso”. No lo dijo Gustavo Petro. Lo dijo Pablo Escobar Gaviria hace treinta años en la última etapa de su vida.

Hoy, unos personajes oscuros tras las sombras instrumentalizan a una minoría formada por jóvenes que no estudian, ni trabajan, para que a través de la violencia y del terrorismo amedrenten a la gran mayoría de los colombianos, para que sigan doblegados y cedan ante las pretensiones de tomarse el poder para crear una dictadura en la que puedan seguir delinquiendo libremente, evitado la molesta intromisión de la sociedad civil local y de los países que aún defienden la democracia y la libertad.

En Colombia se volvió común la masificación de las desgracias personales y mostrar que los intereses de los hampones son los mismos que los de todos los colombianos. Ese grupo minoritario, falsamente, se presenta como defensor de los derechos humanos y por eso asume que tiene una Patente de Corso que le permite usar métodos violentos y perpetrar ataques terroristas contra los obreros y campesinos sin recibir castigo alguno. Intereses que, con el paso de los días quedó demostrado, son los intereses de los delincuentes y de los administradores de las economías ilegales. O ¿cómo explicar que exijan que se acabe con la Policía Nacional y que se retire al Ejército Nacional del territorio colombiano? O ¿cómo explicar que exijan el control del Puerto de Buenaventura para determinar qué mercancía puede entrar y salir? Ni en la época de mayor decadencia y deterioro mental Pablo Escobar hizo ese tipo de exigencias. ¿Eso a quién beneficia directamente? ¿Con eso se combate la pobreza? ¿Se genera empleo? ¿Aumentan las exportaciones colombianas?

Como no lograron convencer a nadie para que dejara de trabajar, recurrieron a bloquear las vías públicas y las carreteras para evitar que los trabajadores pudieran llegar a sus lugares de trabajo y evitar el paso de los alimentos y de las materias primas para la industria. Por tratarse de ancianos, los cabecillas de los sindicatos, fueron los primeros en ser vacunados contra el Covid-19 por lo que no les ha importado exponer a los más jóvenes a un contagio masivo, como efectivamente ocurrió.

A pesar de no representar a nadie, se encargaron de hacerle creer al mundo que en Colombia la gente dejó de trabajar y paró con la actividad económica para supuestamente “exigir sus derechos”, porque viven en una “dictadura”. Decir mentiras es parte del ignominioso legado de Juan Manuel Santos, tratando a la sociedad como subnormales que no piensan ni tienen capacidad de raciocinio.

Durante 8 años Santos trató así a los colombianos cada vez que daba un discurso o hacía una declaración a la prensa. Gustavo Petro, su heredero ideológico, lo imita a la perfección, y a Petro se unió la oligarquía sindical que parece estar participando en un concurso en el que ganará el que diga la estupidez más grande, sea el más irresponsable, haga el desmán más terrible o incite a cometer el crimen más atroz. Todo amparado en la protesta social, mientras Santos hizo su concurso entre sus más cercanos colaboradores, amparado en la paz.

Las sociedades en el mundo deben decidir si se quedan por fuera del cambio global que se está dando, y definir muy bien de qué lado se van a quedar. Lo que está pasando ha sido, también, una gran prueba para medir los niveles de irracionalidad del ser humano por nacionalidades.

* Andrés Villota Gómez es consultor en temas de inversión responsable y sostenible, y es excorredor de bolsa con más de 20 años de experiencia en el mercado bursátil colombiano

T. de PanAm Post.

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