Escribe: Luis Hernando Granada C.-*

Se podría decir que su vida fue tétrica, contemplando impotente un mundo lleno de necesidades, de tragedias, de la convulsión propia de un mundo corrupto lleno de psicópatas asesinos, de políticos miserables, de congresistas parásitos, de esos que cobran grandes sumas de dinero por sentarse en una curul a “joderle” la vida a los demás porque jamás hacen algo benéfico para el pueblo que los elige.
Su humildad fue grande, ejemplar, no se metía con nadie porque pensaba que la guerra no era con él, aunque sí contra él, porque cuando se sentía enfermo, hasta de los funcionarios de las EPS escuchó las frases de batalla: “No hay agenda”, la EPS no tiene convenio”. De hecho eso lo sabía porque ese era el trato y esas eran las respuestas para los del régimen subsidiado. Por eso simplemente llamaba, escuchaba la publicidad engañosa que le colocan a los usuarios antes de atenderlo, y colgaba resignado, sometiéndose a la voluntad de Dios.
Pero sus últimos días fueron delicados; muy en el fondo sabía que iba a morir, que tenía que morir, que esa es una ley inevitable. La humanidad nace para vivir y lucha para no morir, pero finalmente muere.
Por eso convulsionaba y entraba en estado crítico cuando escuchaba las babosadas de Claudia López, en medio de un populismo desmadrado, subida en el estribo de una camioneta, megáfono en mano, “organizando” la ciudad, con su aflautada voz de macho, mientras ella –la que debía dar ejemplo– salía tranquilamente con su “mujer” al super.
Tuvo que conocer de primera mano el abuso de los acaparadores que cuando anunciaron la pandemia que nos obsequió la China comunista, escondieron muchos productos de primera necesidad y sacaron los que tenían embodegados para venderlos al mejor postor, aunque todos eran “mejores postores”.
Apagaba su radio para no escuchar “la verdad sesgada” de Caracol o RCN, hablando de algo tan engañoso como las disidencias de las farc –frente armado represivo de Colombia–, o las cuñas publicitarias de la Federación Comunista Depredadora –fecode–, la misma organización criminal que adoctrina a los jóvenes; la misma que les habla “bellezas” de la mafia transnacional comunista/socialista.
Eran muchas cosas las que le molestaban: la corrupción política, la pandemia creada, la presencia de los acaparadores, desde los banqueros hasta los dueños de las grandes superficies que a través de los llamados “domicilios” despachaban y siguen despachando lo que les viene en gana, sin desconocer que hasta los tenderos cayeron en el manejo sistemático del abuso.
Le molestaba pero aceptaba pasivamente, dialogar con sus hijos y sus nietos, unos jóvenes de mentalidad frágil y torcida, que nunca tomaron entre sus manos un libro para conocer la verdadera historia de esa mafia transnacional comunista/socialista que carcome los pueblos. Esos jóvenes le hablaban de “revolución”, de “liberación”, de la “lucha contra la oligarquía”, y lo que es peor, de la “igualdad”, algo tan falso como una moneda de cuero, porque mientras entrenan y mandan a sus “mamertos” a tirar piedra y a exponerse, ellos desde sus mansiones, aplauden sus acciones y se ríen de sus esbirros.
Entre tantos desmanes y pocas alegrías, su vida se extinguía. Era inevitable pero poco o nada le importaba porque había visto muchas cosas, aunque eran o fueron más las malas que las buenas.
En medio de la pandemia, quisieron entubarlo pero se opuso. Es más, cuando se dio cuenta que la OMS era cómplice de los chinos y que la idea era matar a una tercera parte de la población mundial y aumentar las arcas de los laboratorios farmacéuticos, desistió de la idea de pedir ayuda. Además, con voz entrecortada pero con lucidez absoluta, dijo que en lo que respecta a Colombia, “existen varias pandemias, todas ellas asesinas, criminales, provenientes de mentes enfermas, de psicópatas a sueldo… Esas pandemias son: la corrupción administrativa, el narcotráfico que tantas masacres ha llevado a cabo y el petrismo. De esas pandemias debe cuidarse Colombia”.
Finalmente el paciente convulsionó y murió. Nunca se conoció su nombre porque todos estamos marcados por un número; simplemente se le conocía con su código: 2020.
Pero antes de morir nos invitó a “abrir los ojos, a estudiar, a no dejarnos convencer por frases vanas, porque todo el que busca beneficio, miente, engaña y se apodera de lo que sea. El egoísmo al fin y al cabo, es la tupida sombra que impide el aflorar de la conciencia”.
Paz en su tumba, 2020.
*Luis Hernando Granada C. – Periodista – Columnista, Diseñador gráfico.
Director de www.visiondeltolima.com y autor de la Novela
“El Imperio del Terror” www.literaturaenlinea.com