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Sobre Martín Pomala y sus cantos

De: Manuel Antonio Bonilla.-

De su devoción por la tierra es muestra el poema “Sangre” cuyos versos empenachados hacen pensar en los plumajes blancos con que la caña y el maíz anuncian, al vaivén de las auras, el dulce momento de la maduración:

Allí el guadual erige la pompa de sus arcos
Flexibles y triunfales sobre los verdes marcos
de los maizales húmedos y de las plataneras
de pródigos racimos y rotas cabelleras…

O bien, sentimos el palpitar de la naturaleza en estrofas tan bien sentidas como tan bien hechas, cual se advierte en estos versos:

Allí en el surco fértil revienta el rubio grano
Que con heroico gesto depositó la mano
del labrador bendito, y ensánchanse las bayas
bajo el limo negro donde fueron las playas;
allí el membrudo toro muge sonoramente
llevando ramas frescas sobre la hisurta frente,
como trofeos de lucha para la fiel vacada
que pace melancólica al pie de la majada…

Sorprende la habilidad técnica de Pomala en este poema, lo escogido de epítetos y verbos y la musicalidad de las estrofas.

No sólo cada verso por donde quisiera que se quiebre da luz y perfume –como quiere Martín– sino que si fuéramos a partirlos, hallaríamos en sus extremos el puro juego de la tierra, como la caña que suelta su tesoro dulcísimo, extraído del subsuelo, cuando se rompe entre las manos.

De su “llama de amor viva” encontramos en el mismo poema toques admirables, expuestos con más vigor y entusiasmo en el “Poema de la romería”, conjunto de diez y seis sonetos en decasílabos que dicen del amor, de la dicha, de lo dulce de la vida en la soledad, en contacto con la naturaleza:

Bajo la sombra de tu cabellera
Me tenderé a soñar una mañana,
Mientras la fuente, de tu risa hermana,
Me arrulla en la quietud de la pradera.
Las cítaras del viento por primera vez,
te dirán la voz de la lejana entraña de
 las selvas y la sana
complejidad de la campiña austera.

Y así solos, bebiéndome tu aliento
de violetas y nardo, en el momento
de besarte los labios encendidos,
revolarán dos tímidas palomas
y en los huertos, las selvas y las lomas
habrá una gran palpitación de nidos…

Bastará a mi ambición una casita
blanca en el corazón de las montañas,
donde el céfiro gime entre las cañas
Y a pasiones eglógicas invita.
En donde logre mi ilusión bendita,
bajo la suavidad de tus pestañas,
sugerirte parábolas extrañas
como un viejo y nostálgico eremita.
Una casita para nuestras bodas
oh, Dios! Con flores, aves y con ese
aroma tibio de los limoneros,
a cuyo patio luminoso, todas
las noches claras, mientras yo la bese
desciendan a besarla tus luceros.

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