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Soros y la revolución woke, Xi Jinping y la revolución cultural china: la serpiente de dos cabezas

Escribe: Raúl Tortolero*

Cuando George Soros se enfrenta a Xi Jinping, usando como crítica la admiración del mandatario chino por Mao Tse Tung, no va a ningún lado: se trata de una serpiente de dos cabezas, una criticando a la otra. Foto: PanAm Post

Los dos globalismos —el progresista y el chino— son sólo la misma serpiente, pero con dos cabezas, hasta que finalmente el Dragón Rojo logre decapitar cultural y militarmente a Occidente.

Es sólo un espejismo la reciente confrontación entre Georges Soros y Xi Jinping, el presidente comunista de China. Soros, un húngaro nacionalizado estadounidense, dueño de una fortuna de 8.300 millones de dólares —según Bloomberg— es un globalista que no es bienvenido en Hungría, y Rusia, que criticó al presidente chino Xi Jinping desde la Universidad de Stanford hace unos días, afirmando que China es “el Estado autoritario más poderoso del mundo” y “la mayor amenaza a la que se enfrentan hoy las sociedades abiertas”.

El magnate financiero promueve a escala mundial el aborto, así como en algunos lugares la eutanasia, la posesión y uso de drogas. Impulsa organizaciones civiles y políticas que compren su agenda, la del progresismo, la del globalismo. Y también comparó los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022 con la Olimpiada de 1936 en la Alemania Nazi.

Criticó al líder nacional chino alegando que este tiene por ídolos a Mao Tse Tung y a Vladimir Lenin, como si hoy en día la revolución Woke que sufre Estados Unidos, y en general todo Occidente, no fuera bastante similar justamente a la revolución cultural china emprendida por Mao.

Con toda seguridad, la actual persecución política en Estados Unidos, la cultura de la cancelación, la guerra cultural contra los conservadores, contra la derecha, encuentra mucho de su esencia y características en la revolución cultural china, ocurrida entre 1966 y 1976, y que arrojó millones de muertos, con los jóvenes de la guardia roja asesinando, golpeando o encarcelando a todo aquel que osara disentir del pensamiento hegemónico promovido por Mao.

La revolución cultural maoísta fue una gran purga de adversarios de Mao, en la que también se buscó borrar para siempre a todas las tradiciones milenarias, y las costumbres ancestrales, para ser sustituidas por la ideología marxista-maoísta  y para lo cual se usó, entre otros instrumentos de propaganda, una serie de obras de teatro que imponían una narrativa oficialista, una reinterpretación de los hechos, al gusto del líder chino.

En Estados Unidos, hoy vemos un gran esfuerzo por imponer también un pensamiento hegemónico, por barrer con las tradiciones y valores occidentales —los cristianos—, a través no de guardias rojos, pero sí de leyes, reglamentos, mandatos, políticas públicas y de la presión de grupos supremacistas socialistas.

Por ejemplo, la Teoría Crítica de la Raza (CRT), aplicada en cientos de universidades y a través de organizaciones civiles, promueve una nueva lectura, una reinterpretación de la historia, haciendo pensar que los blancos son los culpables de todos los males sociales, empezando por el sufrimiento causado a los negros a través de la esclavitud, por lo que merecen pagar las consecuencias de algo que habrían hecho sus presuntos antepasados.

Al mismo tiempo, se impone en centros pedagógicos y de estudio, así como masivamente en círculos del gobierno cercanos al Partido Demócrata, la “teoría queer”, según la cual cada persona puede decidir su género (y aún su sexo), a partir de sus deseos, ya que este sería sólo una “construcción cultural”, por lo que podría cambiarse de golpe (lo cual es una contradicción, por supuesto).

La ideología de género, que no es otra cosa sino la promoción del aborto y del supremacismo feminista, es otro de los grandes ejes transversales a la política de los “dems”.

Soros es un ateo y globalista que promueve exactamente toda esta deconstrucción de los valores cristianos, en el nombre de su famosa “sociedad abierta”, y que toma cuerpo en la revolución woke, en el progresismo, en la agenda 2030, en decenas de países occidentales.

Así que cuando Soros se enfrenta a Xi Jinping, usando como crítica la admiración del mandatario chino por Mao Tse Tung, no va a ningún lado: se trata de una serpiente de dos cabezas, una criticando a la otra.

La supuesta “sociedad abierta” de Soros no tiene nada de abierta, ya que está siendo construida con el combustible de miles de millones de dólares, inyectados a programas específicos, entre los cuales está el aborto, el feminismo y la supremacía de la “diversidad sexual” (que no incluye a la heterosexualidad).

La “sociedad abierta” se está edificando como pensamiento único; se trata del progresismo, el socialismo globalista, del que nadie puede disentir, a riesgo de sufrir una “muerte civil”, de ser “funado”, de ser “cancelado” de círculos políticos, vida pública, organismos globalistas, y censurado permanente por la mainstream media, en las redes sociales del Big Tech, en Hollywood, y amplios circuitos universitarios.

Soros no se ha dado cuenta que ha llegado la hora final en la que dos grandes bloques globalistas —que en el fondo no son tan distintos— luchan por la hegemonía mundial; pero en esta batalla final los globalistas occidentales ya han perdido de antemano y sólo sirven de tontos útiles arrodillando a Occidente para alfombrar la coronación del Dragón Rojo.

No son tan diferentes, porque ambos son ateos, ambos son marxistas —y maoístas de facto—, ambos buscan imponer un pensamiento único, ambos son abortistas, contaminan bastante, como nadie, pero al mismo tiempo impulsan las energías limpias, y —transversal y principalmente—, son anticristianos.

Xi Jinping es la cabeza de un imperio rojo cuya política social es comunista, sin derechos humanos, sin diversidad de partidos políticos, sin oferta de prensa libre, y cuya política económica es capitalista salvaje. Mismo caso que en Estados Unidos, donde las políticas sociales son socialistas, contrarias a los derechos humanos —en especial al derecho a la vida y a la libertad de expresión y religiosa—, no hay sino dos partidos políticos como oferta, y uno de ellos representa al globalismo socialista; los medios grandes y las redes sociales son “oficialistas”, al tiempo que a nivel económico el sistema es capitalista.

Lo que le molesta a Soros es que a sus 91 años no va a poder alcanzar a ver coronado el nuevo orden mundial por el que tanto ha luchado; aquel que añejamente proponía un solo gobierno mundial, una misma moneda y una misma religión.

Ya tenía, él y sus muchos prosélitos a sueldo, todo planeado desde hace décadas: los organismos mundiales, como la ONU, serían la base del gobierno mundial; la moneda podría ser el bitcoin; la religión, no sería el cristiansimo, por supuesto, sino la ecología (junto con el animalismo y el antiespecismo).

Pero Soros y sus socios toparon con pared ante la pujanza de China, que, no nos engañemos, ya es la hegemonía mundial a nivel económico. Sólo le falta construir su dominancia en lo geopolítico, en lo militar y en lo cultural. Aunque el Dragón Rojo está trabajando duro para lograr estos otros objetivos.

La nueva ruta de la seda de China extiende sus tentáculos por Asia, Europa y África, en más de 70 países, con infraestructura aérea, terrestre y marítima; América Latina está endeudada hasta las manos con el tigre oriental, que además ya es, desde 2021, el principal socio comercial de Estados Unidos, abarcando un intercambio de 15,5% (64.500 millones de dólares), con lo que superó a Canadá

(14,8%) y a México (14,1 por ciento).

Joe Biden es un simpatizante de China que ha escogido como adversario para sus juegos geopolíticos y para aceitar la maquinaria de su complejo militar industrial a Rusia. Un informe del Comité del Senado de Defensa Nacional de Estados Unidos señala que Hunter Biden hizo negocios con miembros del Partido Comunista chino, valiéndose de la influencia de su padre, cuando éste se desempeñó como vicepresidente en el gobierno de Barack Obama. Y eso es lo que se conoce. Pero permanece oculto mucho más.

Los dos globalismos —el progresista y el chino— son sólo la misma serpiente, pero con dos cabezas, hasta que finalmente el Dragón Rojo logre decapitar cultural y militarmente a Occidente. No está lejos ese día, lo está haciendo ya usando la revolución cultural neomaoísta en Estados Unidos como avanzada estratégica. Al tiempo.

* Raúl Tortolero, Consultor político mexicano. Doctorado en Derechos Humanos. Maestría en Filosofía, Cultura y Religión. Católico, provida. Director Continental de la Agencia Católica de Noticias. Presidente en México del Movimiento Cristiano Conservador Latinoamericano. Ex Secretario de Comunicación del Comité Ejecutivo Nacional del PAN. Premio Nacional de Periodismo 2007, otorgado por la ONU en México. Analista Geopolítico. ================================================================

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