Escribe: Marcelo Duclos*

El mundo medianamente pacífico de las últimas décadas está bajo amenaza. El panorama, más que sombrío para lo que se conoce como el “mundo libre”.
El avance de Rusia sobre Ucrania, bajo la insólita excusa de la pacificación de los territorios “independientes” para Vladímir Putin revela que Moscú y su líder están dispuestos, por sobre todas las cosas, a recuperar la influencia total de lo que alguna vez fue la Unión Soviética. Pero, aunque se advierte sobre los riesgos de una eventual Tercera Guerra Mundial, lo cierto es que Washington y la OTAN por ahora no están dispuestos a redoblar la apuesta. Luego de un largo juego de póker, el ruso mostró las cartas y los contrincantes, por ahora, no hacen más que advertir sobre consecuencias cada vez más inverosímiles y lejanas.
Aunque se trate de dos fenómenos diferentes, China, teóricamente todavía comunista, no deja de incrementar su influencia a pasos agigantados en América Latina y África. No lo hace bajo la conquista forzosa, sino comprando espacios de poder y presencia territorial bajo la seducción de un dinero que le sobra. A pesar que muchos analistas predestinaron el final del Partido Comunista, luego de las consecuencias económicas del crecimiento y desarrollo exponencial que brindó las reformas pro mercado de Deng Xiaoping, lo cierto es que el país logró dejar atrás la pobreza extrema, consolidó una enorme nueva “clase media”, pero el puño de hierro de la dictadura de bandera roja se mantuvo a la orden del día.
Ni por Putin ni por la cabeza de Xi Jinping pasa nada de lo que pensaban Stalin o Mao. En la mente de uno hay un nacionalismo nostálgico, que mezcla las ambiciones geopolíticas soviéticas con un personalismo zarista (y que todavía no se sabe hasta dónde puede llegar, territorialmente incluso) y en la del otro el colonialismo explícito, que la izquierda le imputa equivocadamente a un Estados Unidos, que no sabe ni decide su rol en el nuevo mapamundi.
Pero, lo que debe preocupar a las ciudadanías occidentales, además del avance global de los gigantes rojos, de los que no hay vestigio marxista más que las violaciones comprobadas a los derechos humanos, es que las ideas comunistas residen hoy en las cabezas de los intelectuales del llamado “mundo libre”.
Los desertores de la KGB reconocieron en varias oportunidades que, a pesar de las entretenidas películas de espías, la mayor parte del presupuesto y del esfuerzo de la extinta Unión Soviética en materia de inteligencia y espionaje fue a parar a la subversión cultural de los Estados Unidos y Occidente. Sus tentáculos e influencia hoy ocupan desde la cabeza del Vaticano, hasta las aulas de Oxford y Harvard. Seguramente, si reviven a Nikita Kruschev, ni él podría creer los discursos en las cátedras de la Universidad de Buenos Aires, a tres décadas de la disolución de la URSS. Como dijo Yuri Bezmenov en una entrevista televisiva, están “programados” para eso y es imposible hacerles abrir los ojos. Es necesario invertir en una nueva generación, porque los adoctrinados están absolutamente perdidos.
Los desafíos para la democracia liberal son grandes. El enemigo infiltró la mayoría de las cabezas de la supuesta intelectualidad y le dejó lo más torpe y contraproducente del colectivismo. Mientras tanto, el poderío rojo avanza en todos los frentes y cuenta con los recursos del capitalismo del que ya no reniegan, como sí hacen las socialdemocracias occidentales y muchos de los partidos conservadores culposos.
* Marcelo Duclos, nació en Buenos Aires en 1981, estudió periodismo en Taller Escuela Agencia y realizó la maestría de Ciencias Políticas y Economía en Eseade. Es columnista de opinión invitado de Perfil, Infobae y músico.
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